¿Varietales o vinos de terruño?

En la Argentina reconocemos las etiquetas por los cepajes. Sin embargo, en un proceso lento, pero sostenido, el lugar de origen comienza a tener mayor preponderancia.

Seamos sinceros: ¿cuántos de nosotros –lectores y autor incluido- pedimos vinos en restaurantes y vinotecas según la región? ¿Acaso, expresamos, con frecuencia, frases como “Me tomé un Entre Ríos enjundioso, un Neuquén con acidez envolvente, un Mendoza con notas minerales o un San Juan bien frutado?”

Somos hijos de los varietales. No hay duda alguna. Hablamos de Malbec, Cabernet Sauvignon, Merlot, Torrontés, Sauvignon Blanc, Chardonnay y, en todo caso, blends de diferentes cepajes. En nuestro país, el concepto varietal tiene mucho más peso que el pago, denominado terruño.

Esta historia, que involucra a los líquidos báquicos del Nuevo Mundo (productores fuera del continente europeo), nació a mediados de los años setenta, en los Estados Unidos. En ese entonces, el poderoso país del norte de América irrumpió en el mercado vinófilo internacional con sorprendentes etiquetas de Napa Valley, que expresaban a la perfección la tipicidad de la fruta. Así, se produjo la recordada Revolución Californiana.

La idea de este movimiento, que tuvo como actor principal a Robert Mondavi (promotor de la viticultura de California), fue simplificar el consumo del vino. Según los norteamericanos, entender una etiqueta de vino europeo históricamente ha sido un metier híper complejo, pensado para entendidos.

En el Viejo Mundo, desde antaño, se elaboran vinos de corte, bajo denominaciones de origen peculiares, con normas y directivas que se deben cumplir a raja tabla. Y, por si fuera poco, si el consumidor no conoce las variedades permitidas por la legislación, solo recordará el nombre de la región o chateau.

Allá, del otro lado del Atlántico, se beben Riberas del Duero, Riojas, Portos, Chiantis, Brunellos di Montalcino, Chablis y otros nombres que responden a lugares específicos, a terroirs con características geográficas determinadas.

Argentina, Sudáfrica, Nueva Zelanda, Chile, Uruguay, Canadá y Australia –principales productores vinícolas de la nueva era- se sumaron a la movida varietal impulsada por Estados, afín de hacer “las cosas más sencillas”. Así, en nuestras tierras, el Malbec es todo un símbolo; en suelo trasandino, sobresale el Carmenere; nuestros vecinos charrúas tienen al Tannat como icono máximo; mientras que en los cantos Oceánicos, el Syrah y el Sauvignon Blanc son “una fija”.

¿Qué pasa actualmente en nuestro país? De a poco, más allá de las variedades, se empieza a hablar de terruños o lugares. Si bien el concepto de Denominación de Origen no está muy instalado, poquito a poco, las regiones y sub-zonas ganan espacio.

Lentamente, empezamos a reconocer vinos de Cafayate, en el norte; del Valle de Pedernal, en latitudes sanjuaninas; y exponentes Premium del Valle de Uco. Localidades como Altamira, Vista Flores, Agrelo, Perdriel, Vistalba o San Patricio del Chañar, comienzan a formar parte de los paladares sibaritas.

Entonces, ¿el terruño le ganará a la variedad? No sé sabe, a ciencia cierta.

Tal vez, dentro de unos cuántos años, el origen tenga más peso que el cepaje. Por ahora, siguen proliferando los nombres de las uvas por sobre los espacios geográficos.

Sin embargo, es un gran avance que podamos distinguir las regiones. Porque en cada suelo, en cada parcela, nacen vinos con características organolépticas puntuales, con sellos inconfundibles.

En este sentido, es importante que Entre Ríos y, específicamente Victoria, vaya consolidando su estilo para que el día de mañana, pueda ser una indicación de procedencia o denominación de origen fácil de reconocer.

Por ahora, en el Litoral, la piedra basal ya tiene cimientos sólidos. Se recuperaron vides injustamente arrancadas y se volvió a vinificar. El segundo paso será, entonces, definir una identidad en relación a los vinos. ¿O, usted que vive por estos lados, no sentiría orgullo de competir de igual a igual con otras regiones históricas?

En definitiva, la tarea que le dejo para el hogar es comprar un mapa de la Argentina y comenzar a distinguir las regiones vitivinícolas. Familiarícese con los nombres y con el tipo de etiquetas que nacen en los diferentes terruños y micro terruños. De a poco, se convertirá un experto en reconocer los orígenes de las uvas, que a través de los caldos vínicos, tanto lo emocionan.

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