Cuando nos disponemos a entablar una conversación con el asador, o la cocinera de turno, es muy probable que ese instante sea acompañado por una buena copa de vino.
Sin tantos cálculos, de mucho o poco, esa copa se sirve de manera “generosa”, porque la o él que está al mando de la elaboración del menú, moviendo algunas brasas, cortando alguna cebolla, picando un ajo, o salando la carne, además de agasajarnos, sabemos que lo hace con y por gusto. Es por eso que se aconseja ser un buen “copiloto” en la cocina y servir esa copa de vino para complementar la compañía de la charla en el «mientras tanto» de la tarea culinaria.
El vino como generador de vínculos
Charla va, charla viene, quién comande la cocina o parrilla, sabe que ese vino con algo tiene ser acompañado, y en nuestro país la picada previa al plato fuerte es un clásico que retrata momentos.
Allí comienza “el maridaje”. A diferencia de una cata típica, aquí no hay tantas presentaciones ni etiquetas, aquí hay expresiones más comunes que luego nos llevarán a saber un poco más sobre ese vino en particular.
Los descriptores técnicos pasan a convertirse en palabras cómo, “suave, fuerte, dulzón, espeso”, por citar algunas de las que conozco, experiencia de las veces que me ha tocado oír siendo “copiloto” en una cocina.
Quienes saben un poquito más en la materia, van a acercarse a las terminologías típicas de las catas, a esos descriptores que van desde los pimientos, pasando por el chocolate, y, hasta mermeladas. Allí nos encontraremos con palabras cómo, “frutal, madera, ahumado, ácido, herbáceo”, refinándose el vocablo descriptivo sorbo tras sorbo.
Es inevitable hablar de lo que uno está tomando y comiendo, de su combinación, su preparación, y hasta peticiones de “ingredientes secretos” a la cocinera o cocinero de turno. El vino en la mesa, casi siempre presente en almuerzos y cenas, es una costumbre tan nuestra como picotear el pan antes de que llegue el plato principal. Por eso, los maridajes que se puedan dar van a ser entre bocado y bocado, entre el ida y vuelta de una conversación. Es muy común que el vino sea, a veces, el centro de atención sin querer serlo, y se disparen posibles combinaciones cuasi perfectas para los no tan sabedores. Ahí está la esencia de un maridaje natural, sin fórmulas, nacidas espontáneamente del gusto de cada partícipe.
Cuesta separar los tintos de las carnes rojas, o los blancos de los pescados, pero con el tiempo y con la búsqueda del equilibrio que proponen nuestras papilas gustativas, nos iremos dando cuenta que un buen asado puede ser acompañado con Sauvignon Blanc ¿por qué no? O darle la oportunidad a un Pinot Noir de acompañar las piezas de sushi, o combinar una buena picada con un Rosado de Malbec, si al fin y al cabo el mejor vino va más allá del “con qué lo acompañes” sino más bien del “con quién lo acompañes”.
Un maridaje natural al que suelo asistir semana a semana, es al del asado con amigos, con la particularidad de que allí hay un decanter diferente a todos, o más bien, un clásico pingüino que hace las veces de oxigenador para que los tintos tomen el aire suficiente antes de pasar a la copa.
Allí ocurre algo similar a las catas. Sabemos que el actor principal es el vino y su enólogo, quién nos hablará de la historia de la bodega y características principales del vino que se está presentando. Aquí, en plena reunión, ocurre que no hay un solo vino. La figura del enólogo se convierte en un orador de turno, en un juego implícito de opiniones basadas en anécdotas donde el “yo en algún lugar probé este vino” se apodera del centro de atención, mientras todos,
antes de beber, captan aromas y mueven en círculos la copa, buscando más oxígeno dentro del cristal.
De estas reuniones también se aprende. Un puñado de asados nos sirve de introducción al mundo del vino. Los que saben pondrán tópicos para que todos opinen, sin dejar afuera de la conversación a ningún comensal y amigo, y en el caso de que nadie sepa nada, la degustación y la charla será aún más democrática y abierta, con otros tintes, otras palabras, otros adjetivos que califiquen al o los vinos de ese encuentro.
Quienes elaboran el vino con su impronta a base una sapiencia y de combinaciones para llegar al resultado deseado, seguramente sabrán de nuestras reuniones. Asados con amigos, almuerzos en familia, la previa, el durante y la sobremesa de cada reunión alrededor de un buen plato. La libre expresión y opinión de aquellos que no saben tanto, es igual de importante que la de los expertos paladares, y tal vez, sean estos primeros quienes sorprendan más a aquellos sommeliers dedicados a dar su toque al vino que llega a la mesa.
Una de las puertas de entradas al mundo del vino, en mi simple opinión, es disfrutar del maridaje automático que suele sucederse con cada descorche, con cada asado, cada almuerzo, cada cena, cada sobremesa, saborear bien esa copa, expresarse y escuchar al otro, que puede saber igual o más que nosotros, pero que al fin y al cabo, disfruta de lo que tomamos y compartimos.