¿Qué vinos son los atinados para el epílogo de una comida? ¿Alguna vez lo han pensado, queridos lectores? ¡Gran pregunta, gran! En general, a la hora de los maridajes, elegimos etiquetas específicas para acompañar entradas o platos principales.
A modo de regla básica, sin repetir y sin soplar, blancos ligeros o rosados (porqué no, también, espumosos sutiles y delicados) en la “previa”, aperitivo o entrantes; vinos de mayor estructura (blancos o tintos) para el plato fuerte. Esta una ecuación simple y directa, que varía según la propuesta enogastronómica
Pero, ¿con qué acompañamos una cheese cake, un lemon pie, un volcán de chocolate, un panqueque de dulce de leche o un helado?
Primero y principal, afirmamos que “lo dulce va con lo dulce”. Cosechas tardías, dulces naturales o vinos fortificados con pronunciado tenor sucroso son las alternativas perfectas para ir de la mano con los postres.
En Europa es tradicional finalizar una comida con una copa de afamados productos como Sauternes (Francia), Tokaji (Hungría), Icewine (Alemania), Porto (Portugal) o Marsala (Italia).
En nuestro país, las vendimias tardías y dulces naturales empezaron a complejizarse y dar mejores exponentes. Ya no son “excesivamente dulces”, sino que sorprenden gratamente a los paladares sibaritas por su equilibrio, balance, fineza y acidez envolvente, que brinda una agradable sensación de frescura y tomabilidad.
De este modo, los vinos dulces armonizan con tortas dulces, frutas de todo tipo y color, postres a base de cremas, chocolate y frutos del bosque. ¿El tándem imbatible? La clásica tarta tibia de manzana, cheesecake y hasta la siempre camaleónica torta de ricota. Aquí, elegiremos un rico vino blanco dulce, refrescante, para amalgamar las sensaciones en el paladar.
Estas exquisiteces que nos brinda la pastelería también ensamblan de maravillas con un espumoso dulce con delicadas burbujas. ¿El recomendado? “Había una Vez” espumante blanco dulce de Torrontés by BodeRío. Floral, frutal, es ágil en boca con el dulzor delicado, siendo un gran exponente para acompañar postres variopintos.
¿Y entonces? ¿Cuál es el mejor vino para postre?
Volvemos al inicio de la nota: dulce más dulce es una ecuación perfecta. De todos modos, ¡cuidado! Vayamos detrás del balance para evitar empalagarnos. Nadie quiere sobresaturar el gusto ni sentirse pesado. Por ello, es fundamental lograr el equilibrio.
Así, por ejemplo, si queremos disfrutar un buen panqueque cargado de dulce de leche, un volcán de chocolate, una torta Sacher, Galesa o una Selva Negra, nuestra elección virará hacia un tinto dulce, con cierta presencia tánica para estar a la altura de la contundencia de estos postres.
Aquí, es un must el vino BoderRío Mimosa rosado. Versátil, fresco, pero con gran carácter y personalidad, se entiende muy bien con estas elaboraciones más intensas. En estas columnas semanales, reivindicamos los rosés, siempre versátiles para cualquier circunstancia, momento y lugar.
Si el cierre de una comida tiene como protagonista una mesa plena de frutos secos, masas ligeras o ensaladas de frutas, nuevamente, deberemos pensar en blancos tardíos o dulces naturales livianos, pues son opciones más frescas, con menor intensidad que las elaboraciones mencionadas en el párrafo anterior.
En esta propuesta, sumamos el espumoso BordeRío Extra Brut. En este caso, si bien no es un burbujeante dulce, su fino perlage y marcada acidez y frescura, combinan de manera certera con las frutas.
Para finalizar, un acuerdo o entendimiento súper interesante, “a la francesa”, se da entre quesos y vinos dulces. El clásico pre postre galo pide un buen exponente con tintes dulzones. Es muy añejo y súper válido el acuerdo por contraposición entre los quesos azules y los vinos dulces o fortificados. La salinidad de los quesos es “barrida” y complementadas por el dulzor de estos productos protagonistas en el cierre de las comidas.