Diario El Entre Ríos - 12 de Febrero de 2017
El fenómeno acapara la atención de los medios nacionales. El suplemento Clarín Rural dedicó un informe a los viñedos de la zona de Victoria. Allí, los productores cuentan sobre la pasión de producir vino.
Primero, sorprende. Cuando se descubre que, al viajar desde Gualeguay hacia Victoria, en Entre Ríos, entre las famosas «cuchillas» -pronunciados subes y bajas del paisaje- hay viñedos. Luego, entusiasma, al arribar a Victoria y descubrir que son más productores los que están reviviendo la cultura vitivinícola de la zona. Finalmente, al conocerlos, su actitud y su pasión, contagia. Saliendo de la ciudad de Gualeguay está el viñedo y bodega BordeRío.
Los fundadores de este establecimiento son la pareja de Verónica Irazoqui y Guillermo Tornatore. Ellos, desde hace muchos años, soñaban con su propio establecimiento vitivinícola. En el mientras tanto, recorrieron bodegas y viñedos de todo el país para conocer a fondo de qué se trata esta producción. Al final llegó el día en que se lanzaron con su propio establecimiento cuando descubrieron que muy cerca de donde viven existieron viñedos. Era cruzando el charco. . . el del Río Paraná.
Irazoqui y Tornatore son rosarinos y allí tienen una empresa vinculada a la tecnología. Ella cuenta su historia productiva. Está entusiasmada por lo que se viene ya que adelanta que están a solo días de su tercera vendimia. Guillermo Tornatore y Verónica Irazoqui son los fundadores de BordeRío, un viñedo de 18 hectáreas y hermoso paseo enoturístico.
BordeRío: La propuesta
«En BordeRío hay dos propuestas fuertes: una es la producción de vino de calidad, con venta en boca de bodega y algo en la ciudad de Rosario. Además, tenemos miras de exportar. Por ahora, analizamos algunas posibilidades de hacerlo a México, Alemania e Italia. Por otra parte, la otra propuesta fuerte es el enoturismo, así como lo hacen las zonas referentes en este tema», dice la productora.
Irazoqui conoce bien la historia del suroeste entrerriano, región a la cual, afirma, la llamaban «la pequeña Burdeos», por sus similitudes con la famosa zona vitivinícola francesa. Ella cuenta que supo ser un área dedicada a la producción de vino hasta hace unos ochenta años, pero una ley enunció la prohibición de la actividad en todo el país, a excepción de la región de Cuyo.
«Por esto, nuestra primera etiqueta, correspondiente a la vendimia 2016 se llama ‘Injusto’, debido a esta injusta normativa y porque el presidente que la implementó en aquel entonces fue Agustín Justo quien, paradójicamente para los productores de esta zona, era entrerriano», rememora.
La finca BordeRío tiene 365 hectáreas, de las cuales 18 corresponden a la plantación de vides de distintos varietales de uva tinta y blanca. Además, hay una superficie con 7.000 olivos. Una parte de los olivares los trajeron de una plantación que se sacó en la provincia de San Juan. Productivamente, la pareja se encargó de formar un grupo de técnicos interdisciplinario para conseguir un buen vino.
Irazoqui explica que con su marido no tienen roles definidos dentro del trabajo de la finca, aunque reconoce que ella trabaja más activamente con el enólogo para lograr la calidad de vinos que desean. «Nuestro objetivo es buscar el mejor vino de esta zona, con características únicas», afirma. Por su parte, la bodega tiene 1.800 metros cuadrados, donde tecnológicamente tiene equipos de última generación, con una cava subterránea hasta los seis metros de profundidad.
La productora explica que todo este desarrollo, de varios años, corresponde a una primera etapa del proyecto y que aun hay muchos desafíos por delante. Entre ellos, la empresa familiar planea seguir ampliando su superficie con viñedos, a la vez de practicar algo de agricultura y ganadería, siempre con una firme premisa: cuidando el paisaje y el ecosistema autóctono.
En las afueras de la ciudad de Victoria y en pueblos más chicos de la zona, la vitivinicultura también se arraiga. Con una menor escala en las explotaciones respecto a BordeRío, un conjunto de nueve productores formaron un grupo de Cambio Rural, quienes reciben la extensión técnica del INTA Victoria. En este caso, Sabrina Imbert, es la técnica de la agencia de extensión que los coordina y trabajo con ellos desde el 2014.
Uno de los referentes de este grupo y con más años en el desarrollo de su viñedo es Rubén Tealdi.
El cuenta su historia productiva. Es cordobés, de Brickmann. Se desarrolló profesionalmente como publicista en Rosario hasta que se retiró. Así, con el sueño de adquirir una chacra que le recordase a su pueblo, compró su quinta de ocho hectáreas en Victoria, en 2001. Sin embargo, recién en el 2006 empezó a soñar con el viñedo. Entonces, plantó sus primeras tres líneas de vid. Cuando conoció que ya existía toda una historia vitivinícola en la zona, Tealdi dice, «ahí quise empezar a hacerlo más en serio».
Al año siguiente, en 2007, plantó 300 plantas: 100 de malbec, 100 merlot y 100 de tannat. Luego, en 2008, completó la siembra de una hectárea y cuarto con estos varietales más la variedad cabernet sauvignon (son 2.500 plantas en total). En 2010 hizo su primera vendimia y, en el 2013, construyó la bodega.
«El clima de esta zona nos está permitiendo lograr vinos más suaves, frutados, que es la tendencia de consumo de este momento», reconoce Tealdi. El también sabe que una gran pata para su negocio, en este momento, es el enoturismo.
«Que más gente reconozca a esta región como vitivinícola es otra forma de que nuestra producción sea sustentable. A otros entusiastas y emprendedores de la vid en esta zona, y que lo hacen con pequeña escala, les digo que inicialmente vean su viña como bellos jardines, donde se hace un buen vino», manifiesta.
Pasando a lo productivo, el viñatero comenta que la humedad de la zona presenta el desafío de estar muy atento al manejo sanitario. «Hay que prevenir más, sobre todo, en el control de los hongos. En el año 2014, perdimos una importante producción por el impacto del mildiu. Por el momento, a las plagas y las malezas podemos controlarlas satisfactoriamente», dice. En otro sentido se refiere a su producción. La estima de acuerdo a la cantidad de botellas de vino que produce. En 2016 fueron unas 3.500 y calcula que el potencial de su plantación, en un año muy bueno, estaría entre las 5.000 a 6.000 botellas.
Como cualquier productor se refiere a las metas alcanzadas y los desafíos. El se siente realizado al contar que junto con los productores de la zona, el INTA y el Instituto de Vitivinicultura hicieron el pedido formal al Ministerio de Educación provincial para que se crease la técnicatura de enología y fruticultura en escuela técnica de Victoria.
«Necesitamos más expertos locales que nos ayuden a mejorar la calidad de nuestro vino», dice y, en esta idea, está otro de las metas por delante para él. También, y debido a que su establecimiento no está próximo a la ruta, espera que se mejore la accesibilidad por los caminos rurales. Como para todos los productores, ésta es una importante necesidad.
En el viñedo de Tealdi, el INTA está probando adaptar una variedad de uva: el Marselan, un híbrido entre cabernet sauvignon y garnacha (grenache, en francés).
Imbert cuenta que esta uva tiene la particularidad de tener buena concentración de azúcares y de ser más temprana para su recolección. «Esto determina que esté lista a finales de enero y no decaigan los azúcares de la uva por la absorción de agua de lluvia, un aspecto poco favorable en la vinificación», explica. La técnica adelanta que en los próximos días comenzarán con la vendimia, lo harán primero con la uva blanca y, para este acontecimiento, esperan la visita de un enólogo sanjuanino que les aportará consejos para la elaboración de vino.
Estos productores son un reflejo del efecto contagio de la producción vitivinícola en Argentina, que crece en diversas regiones y ya no es exclusiva de Cuyo.