Sabemos que es una bebida milenaria, pero aún en nuestros días se discute dónde y cuándo fue la primera vez que se bebió.
¿Dónde nació el vino? ¿Cuál ha sido su origen?
¿En qué lugar se empezó a fermentar la uva? La respuesta exacta se la debemos, querido lector. Existen muchas teorías, pero no hay una respuesta definitiva.
No quedan dudas de que las bebidas fermentadas se conocen desde la Antigüedad. En eso estamos totalmente de acuerdo. Sin embargo, el vino elaborado a partir de la uva es todavía un producto muy misterioso.
Algunos sostienen que los griegos han sido los pioneros, aunque es común ver frescos en los que los egipcios ya cultivaban la vid, principalmente en forma de emparrados, los que, además, tenían la función de proporcionar sombra a los cosecheros. Una curiosidad: en otras imágenes se observa a los recolectores cultivando la uva como ornamento en los jardines.
Asimismo, los romanos se jactaron de darle impulso al vino a través de representaciones de Baco, el dios romano de la vid. Sin duda, la uva tenía una gran preponderancia en la Antigua Roma.
Por otra parte, podemos leer que un añejo pastor mediterráneo olvidó un racimo de uvas bajo los rayos del sol y este fermentó solo. El racimo fue encontrado por una mujer desesperada, que había sido expulsada por el sultán de un harén cercano. Según esta leyenda, la mujer pensó que que si comía aquellas uvas, moriría. Pero, en cambio, la dama no solamente disfrutó con el dulce jugo, sino que de regreso al palacio del sultán, su aspecto había recobrado enorme vitalidad y hermosura. Así, fue aceptada de nuevo por el sultán en su harén.
Es, por otra parte, muy probable que las uvas existieran y crecieran incluso antes del advenimiento del ser humano. Las primeras noticias del vino provienen, quizás, de las culturas que habitaron alrededor del Mar Caspio, en la Edad Antigua. ¡Los más antiguos documentos griegos y egipcios ya hablaban de él!
Asimismo, el vino se menciona en el libro del Génesis, cuando “Noé se convirtió en un hombre casado” y plantó una viña, con resultados desastrosos para su propio pesar.
Si bien existen numerosos géneros de uvas, la más común y apta para la elaboración de vinos es la Vitis Vinífera. La uva ha sido desde antaño un estupendo alimento y las noticias de su uso en la producción de vinos se remontan hace más de 6000 años.
La uva no solo es deliciosa, jugosa y sacia la sed, sino que posee importantes propiedades digestivas. Además, contiene glucosa, fructosa, vitamina C y vitamina B. Las uvas cultivas especialmente para la elaboración del vino no son tan agradables para comer, pues suelen ser mucho más pequeñas y su piel es sensiblemente más dura.
Las uvas pasas, de marcada tradición en los platos mediterráneos, así como las otras formas en las que se pueden conservar para su posterior consumo, constituyen también un inestimable alimento de la temporada de invierno. En síntesis, la uva encierra un sinfín de propiedades nutritivas realmente incuestionables, incluso tomadas en pequeñas cantidades.
En la era antes de Cristo, los rituales de los dioses del vino incluían que los devotos entrasen en una suerte de divino frenesí. Los santos cristianos, sin embargo, rechazaban frecuentemente aquella sensación sobresaltada de sus fieles, prefiriendo el éxtasis místico. Con el paso del tiempo, las costumbres cristianas consideraron innecesaria esta antigua liturgia en la comunión (incluida la costumbre de compartir la copa).
De todos modos, el vino y la copa compartida han sido rasgos observados históricamente en numerosos rituales anteriores a la cristiandad. Ciertamente, rechazar beber con alguien con quien se estaba compartiendo una comida o reunión social fue, y sigue siendo, una especie de desaire. En efecto, declinar el ofrecimiento de compartir incluso una bebida de poca graduación era una descortesía y, lógicamente, en el pasado, rechazar compartir cualquier bebida podía evidenciar que se sospechaba de su posible adulteración.