Mañana celebramos un nuevo aniversario de nuestra anhelada independencia. En aquella fría mañana del 9 de Julio de 1816 nos declarábamos libres y soberanos, poniendo punto final a la rendición de cuentas al gobierno español. Dejábamos de ser, definitivamente, colonia para empezar a construir nuestra querida Argentina.
Obviamente, en Tucumán y en el resto de nuestro territorio argentino hubo algarabía y festejos. No faltó, por ende, el “Chin Chin” por la gesta lograda. La pregunta que surge es si, en ese entonces, se bebía vino. Somos, en la actualidad, el quinto productor mundial de la bebida más noble de todas y, por ello, quisimos indagar qué se bebía hace más de 200 años.
La certeza que tenemos es que se bebía el vino Carlón. Fue el hit indiscutido entre los paladares sibaritas nacionales en los albores del siglo XIX. Era un tinto de color intenso, profundo, muy aromático y una pronunciada graduación alcohólica para la época (15 grados). Según historiadores, se trataba de un vino que “estaba en todas las mesas del país”.
¿Cuál es el origen del vino Carlón?
Carlón provenía de la provincia de Castellón, España. Originario de Benicarló, se elaboraba con la cepa Garnacha, hoy de moda en todas las latitudes vínicas. Existió desde el siglo XVII al XIX y se exportaba, desde la Península Ibérica a toda Europa y algunas colonias.
A partir de la reconstrucción de datos históricos, miles de pipas de vino Carlón llegaban anualmente, en barco, al puerto de Buenos Aires. Aquí, se trasladaban a jarras de plata y, luego, se servían en las mesas de las clases altas.
Un dato interesante es que, en el siglo XIV, habría comenzado el cultivo del Carlón en Argentina, brindando una producción súper fructífera. Según los archivos, el hecho no fue tomado con agrado por las autoridades españolas, por lo que se prohibió el cultivo de la uva en nuestro territorio y otras colonias de América. Sólo se podía beber productos de puro origen español.
Una peculiaridad a destacar es que, por estas latitudes, al Carlón se le agregaba soda y algún hielito para rebajar cuerpo y tenor alcohólico. Fue, sin duda, el vino preferido de los paladares vernáculos hasta casi fines del siglo XIX. Además, fue símbolo del monopolio impuesto por España, a la fuerza, a las colonias.
Nos independizamos también del vino
Con el correr de los años y a raíz del mencionado aumento de la demanda, los que en un inicio eran vinos densos y con un marcado tinte espeso por su añejamiento, se empezaron a despachar sin envejecer, dando como resultado productos mucho más ligeros y de menor calidad.
Para ese entonces, las clases bajas consumían en las pulperías diferentes aguardientes y una versión económica del Carlón, denominada Clarín o Carlete. Era el principio del fin de aquella versión más corpulenta, intensa y refinada.
Poco a poco, con el correr de los años, el vino Carlón fue desapareciendo de la mesa de los argentinos, no solo por sus malas versiones, sino, también, por el desembarco de mejores vinos provenientes distintas partes de Argentina. Pasito a pasito, los vinos nacionales se empezaban a abrir camino entre los consumidores.
Según datos fehacientes, se registró que el recordado vino Carlón se vendió libremente hasta el año 1920. Sin embargo, cada vez fue menos pedido. Sus ventas habían caído en picada libre. Para 1930, la plaga filoxera había acabado con la última vid en la región de Castellón, cuna del Carlón. De este modo, a partir de entonces, dejó la posta a los vinos cultivados en nuestro territorio, siendo hoy un grato recuerdo de nuestra etapa independentista.