Concentrada históricamente en la región de Cuyo, la industria vitivinícola nacional es ahora una auténtica industria federal.
Los expertos coinciden al unísono: el vino argentino está viviendo su época dorada. La industria está en pleno auge, los exponentes son cada vez más sofisticados y las regiones productoras se multiplican, de norte a sur y de oeste a este.
¿Quién hubiera imaginado hace una década que tendríamos 18 provincias elaboradoras? Sí, leyó bien, aunque la cifra lo deje boquiabierto y gratamente sorprendido. Hoy, regamos gran parte de nuestro territorio nacional con líquidos báquicos únicos, diferentes, de alto vuelo.
Hijos de la Revolución Californiana, donde se impuso el varietal como eje central, la Argentina vínica de estos tiempos nos presenta un nuevo desafío: la importancia del terruño. Denominado pago o lugar, las características geográficas particulares de los variopintos mesoclimas de estas latitudes juegan un papel fundamental en cada botella de vino que bebemos.
Ya no hay dos Malbecs iguales ni dos Torrontés exactos. Ni ningún varietal está estandarizado, pues el terroir influye con creces. Así, empezamos a hablar de vinos de regiones y microrregiones, con peculiaridades irrepetibles.
Si bien las provincias de Mendoza y San Juan concentran el 70% de la producción de total de vinos en nuestro país, el mapa se amplió por todos los cantos. Así, empiezan a sonar con fuerza Jujuy, Salta, Tucumán, Catamarca, La Rioja, San Luis, Córdoba, La Pampa, Neuquén, Río Negro, Chubut, Entre Ríos y hasta Buenos Aires. Además, según el Instituto Nacional de Vitivinicultura, hay ensayos en Santiago del Estero, Misiones y Santa Fe.
Tiempo de revancha
Uno de los casos emblemáticos de superación en materia vinófila es, sin duda, la provincia de Entre Ríos. En el año 1934, el entonces presidente Agustín P. Justo tomó una polémica decisión: promulgó la ley nacional de vinos, que prohibió toda comercialización del vino procedente de cualquier región que fuera Cuyo y las provincias cordilleranas.
De este modo, varios lugares se vieron afectados, siendo la pujante provincia del Litoral la más perjudicada. ¡Allí se elaboraba vino desde finales del siglo XIX! Finalmente, en 1998, llegó el momento de “cantar quiero vale cuatro” y revertir esta injusta historia. La ley se derogó y Entre Ríos redescubrió sus terruños. Por supuesto, otras provincias siguieron este camino y empezaron a explorar sus otrora desconocidos terroirs.
Otras provincias que están cambiando su cara son La Rioja y Catamarca. Vinculadas históricamente a los antiguos “vinos de mesa”, de poca monta, hoy, con decisiones políticas más firmes intenta dar un paso hacia la alta calidad, a partir del Torrontés, su gran puntal. Además, variedades como Bonarda, Syrah, Cabernet Sauvignon y, por supuesto, Malbec, están reposicionando a estas provincias norteñas, que merecen ser observadas con atención.
Nuevos jugadores
La figurita de moda del 2019 es Chubut. Una región impensadísima, que sin embargo hoy llama profundamente la atención por su clima frío, ideal para los Pinot Noir y Chardonnay. Algunos especialistas se animan a denominarla “la nueva Borgoña”. Aventurados o no, hay una inversión muy importante en esta nueva zona patagónica.
Siempre en el sur del país, la emblemática provincia de Río Negro y la ya consolidada Neuquén, ofrecen etiquetas cada vez más premiadas y reconocidas en mercado interno y el exterior. A partir de exponentes enjundiosos, con tipicidad y personalidad, brillan con sus Pinot Noir, Merlot, Malbec y blancos como el Sauvignon Blanc y Viognier.
Entre las regiones “nuevitas” y salientes, merece un párrafo especial La Pampa. Atesora un clima soleado, de extremo desierto, ventoso, bien seco, con una amplia diferencia de temperatura entre el día y la noche. Así, los viñedos son naturalmente sanos, la uva madura de manera pausada, dando colores, aromas y sabores súper intensos.
Asimismo, la provincia de Buenos Aires empieza a contarle al mundo su propia historia vínica. La región costera no quería quedarse afuera de la movida y con estupendos varietales como Pinot Noir, Pinot Grigio, Sauvignon Blanc, Chardonnay, Albariño, Riesling y Gewürztraminer, quiere ser protagonista principal. Dato curioso: en Chapadmalal, con un registro pluvial de 1000 milímetros anuales, no se necesita riego artificial en el viñedo.
Y las buenas nuevas siguen llegando. Las fronteras se expanden, enhorabuena, y los consumidores sibaritas celebran con creces. Así, en el norte, Jujuy se viene con vinos power, de altura, con mucha estructura personalidad. De esta manera, se suma a la gran estrella del extremo septentrional vínico nacional: Salta. Cafayate, estrella indiscutida, consolida su ruta del vino e invita a todos a beber inigualables Torrontés, aunque ahora también sobresalen el robusto Tannat y el picoroso Cabernet Franc.
Mientras tanto, el centro del país va en busca de una identidad que le dé prestigio. Córdoba explora su bendecido Valle de Calamuchita y San Luis no quiere perderle pisada, con características geográficas similares. Son dos provincias que, en un futuro no muy lejano, sorprenderán a propios y extraños.
Por último, en Mendoza, nuestro Napa Valley, continúan descubriéndose nuevas microrregiones, que dan vida a vinos delicados, con estirpe de jugador internacional. San Juan, siempre a su sombra, intenta abrirse, poco a poco, camino para no perder el segundo lugar en el ranking productivo.
Cambia, todo cambia, querido lector. Hoy, tenemos un nuevo mapa del vino en la Argentina y debemos celebrarlo. Cada provincia, cada lugar, cada pueblo, empieza a escribir una historia que supo limitarse a unos pocos kilómetros. Y eso, créame, merece un buen brindis. ¡Salud!