La concentración de uvas y vinos que vemos en nuestro país hoy en día, no siempre fue así. Basta con remontarnos a nuestra historia para reconocer el gran potencial que tenemos como país vitícola. En la nota de hoy efectuaremos un repaso de por dónde se ha ido asentando este cultivo, y las idas y vueltas que ha sufrido por una ley.
La historia del cultivo de la uva y la producción de vinos en nuestro país está íntimamente ligada a la religión, ya que fue y será necesaria para la liturgia católica. Así desde la mitad del siglo XVI en adelante las misiones jesuíticas se encargaron de entender y extender a este cultivo que quedó disperso en gran parte del territorio de lo que hoy es la Argentina. Por mediados del 1500 la uva llegó a lo que en la actualidad es Santiago del Estero, siendo las criollas españolas las primeras en arraigarse. Con el correr de los años la uva llegó al Litoral, al Mediterráneo, a La Pampa y luego al Cuyo.
Pasaron cerca de 300 años para que la vitivinicultura se comenzara a conformar como industria y llegue a las mesas argentinas. Mucho tuvieron que ver los inmigrantes europeos, especialmente los españoles e italianos, ya que traían consigo sus tradiciones y sus “estaquitas” de vid. Agricultores y grandes consumidores de vino y grapa, no tardaron en plantar viñedos y comenzar el negocio del vino. De hecho muchas colonias de inmigrantes se concibieron como cooperativas de trabajo donde cada grupo aportaba su sapiencia y sus productos al resto de la comunidad. Este proceso no fue exclusivo de la Argentina, sino basta con chequear rápidamente lo que pasó en el sur de Brasil o en el norte de EEUU.
La historia del vino en Argentina cambia a partir del 1934
Hasta este punto de la historia las vides estaban dispersas en el territorio de la ya conformada nación, pero por algunos factores comerciales y climáticos, la zona cuyana tomó la delantera en cuestiones de producción comercial. Sin embargo, una ley torció definitivamente la historia a favor de la citada zona. En 1934, a través de una junta reguladora, se fomentó a Cuyo como única posible zona productora. Obviamente a partir de este punto de nuestra historia esta región, y especialmente Mendoza, tomó el liderazgo conformándose en el epicentro, no solo de la vitivinícola ,sino también de otras industrias y servicios asociados como la logística, tonelerías, instituciones educativas relacionadas al tema, etc.
Esta ley tuvo un impacto tan fuerte para esta provincia del centro-oeste argentino, – que posee la superficie con vid más grande de Sudamérica (aprox 150.000 ha) , y se ubica solo detrás de California si consideramos las 3 Américas – lo que le posibilitó convertirse de esta manera en una de las grandes capitales del vino.
Esta ley fue derogada en 1993, y casi que coincidió con la reconversión vitícola nacional, por lo que revivió los deseos históricos y económicos de hacer vino nuevamente en diversas provincias de nuestra federación. Así, hoy en día hay producciones declaradas ante el INV (Instituto Nacional de Vitivinicultura) en 17 de las 23 provincias, que en conjunto suman unas de 220.000 ha en más de 24.000 viñedos (fuente INV 2016, www.inv.gob.ar)
En paralelo a la recuperación de la diversificación de las zonas productoras, llegó una corriente enológica que acentúa o magnifica las diferencias de las variedades producidas en cada zona. Este es el famoso “terroir” o “terruño”, que gracias a nuestro inmenso territorio, con tanto largo y ancho, a dado lugar a una inmensa variedad de vinos.
Desde el comienzo del nuevo siglo, tal vez el oeste argentino sea la zona geográfica que más rápidamente empezó a desarrollarse y “re-viticulturizarse”. Así Salta, Catarmarca, La Rioja, Neuquén y Río Negro, están ofreciendo productos diferenciados, y están en la continua búsqueda de los varietales que mejor se adapten a las diferentes zonas.
La provincia de Buenos Aires ya hace gala de vinos y sus corredores turísticos por las zonas de Tandil y Sierra de la Ventana, al sur de la provincia, entremezclado con la producción de embutidos. Y la provincia de La Pampa también aporta la suyo en Colonia 25 de Mayo, Casa de Piedra y Gobernador Duval.
La zona mediterránea cuenta con su emblemática Colonia Caroya en Córdoba. Zona de inmigrantes italianos que aparte de la producción de vinos, al igual que en Buenos aires, se especializó en embutidos y quesos, pero además en fernet. No me quiero olvidar de otras zonas productoras como Traslasierras y Calamuchita que son parte de la ruta turística también.
El litoral no se queda afuera de este revivir de la industria vitivinícola. Entre Ríos, en los departamentos de Victoria y Gualeguay, ha relanzado su producción vitícola. Uno de los emprendimientos que es un claro ejemplo de ello es la bodega BordeRío, que apostó tanto a la producción de vides y vinos, como a un colorido paseo turístico para ampliar la experiencia.
La derogación de la citada ley nos está permitiendo explorarnos como país vitícola, ampliar nuestro panorama varietal y consolidar rutas del vino en los distintos puntos geográficos del país, lo que significa un impacto directo a la oferta turística nacional como internacional, pero principalmente la oportunidad de revivir nuestra historia.