El vino es la bebida más noble del mundo. ¡Qué duda cabe! Único, inolvidable, incomparable, compartido por un sinfín de paladares entusiastas en todos los cantos del planeta. Es un inquieto ser vivo que nace de la tierra, de raíces profundas, de suelos que dan como resultado líquidos emocionantes, que llegan al alma.
Esta definición poética nos conmueve y nos identifica. Porque esta bebida especial nos une, nos vincula, nos convoca alrededor de una mesa junto a los seres más queridos. Por supuesto, siempre, pero siempre con moderación. Si no hay disfrute, el ritual báquico no tiene sentido.
Palabras poéticas al margen, técnicamente el vino es resultado de una tumultuosa fermentación que convierte, al cabo de un tiempo determinado, al jugo de la uva en otro brebaje complejo, viviente, compuesto de alcoholes, carbohidratos, vitaminas, minerales, cerca de veinte ácidos orgánicos, enzimas, proteínas, ésteres, aldehídos, compuestos fenólicos (taninos, resveratrol, antióxidos).
Esto significa que estamos en presencia de un alimento. Sí, aunque usted no lo crea. El artículo 1093 del Código Alimentario Argentino así lo hace saber. El vino tiene proteínas, enzimas, minerales, ácidos orgánicos, vitaminas y nutrientes necesarios para el correcto funcionamiento del organismo. Hasta previene enfermedades cardíacas, reduce el colesterol malo (LDL) y los triglicéridos, activa el metabolismo y atrasa la demencia senil.
Es importante comprender e interpretar estas importantes propiedades que atesora el vino. Bebido en su justa medida, desinhibe incluso al más timorato, genera relaciones sociales y relaja tensiones. Si bien los médicos coinciden, como contrapunto, que es un depresor del sistema nervioso central, queda demostrado que, si se disfruta de manera equilibrada, sus beneficios son múltiples.
Al igual que otros alimentos saludables, es fundamental conocer cómo ha sido elaborado. Es imprescindible vislumbrar si el vino se obtuvo a partir de uvas de buena calidad, si el proceso de fermentación ha sido el adecuado y si ha tenido reposo en barricas de roble o directamente se embotelló.
Además de las razones nutricionales y fisiológicas, existen otros motivos que dan cuenta de la trascendencia de esta bebida como alimento imprescindible en cualquier dieta.
Por un lado, forma parte de la cultura regional. En la Argentina, las provincias vinculadas a los caldos vínicos forjan sus tradiciones y conductas habituales en torno a su elaboración. En efecto, en Mendoza, San Juan y Salta, es común ver a niños de escuelas primarias visitando bodegas para comprender sus costumbres ancestrales (lógicamente, no beben vino).
Asimismo, los psicólogos sostienen una o dos copas mejoran la salud emocional del ser humano y brinda sensaciones gratificantes. “El vino da status” parece una frase hecha, pero no lo es.
Bebida y alimento
Llegamos a la conclusión que el vino es un líquido que también aporta nutrientes. No es bebida o alimento, sino ambas cosas que se complementan a la perfección. A modo de síntesis, repasamos los múltiples beneficios.
Anti age.
Los polifenoles son perfectos antioxidantes que favorecen la liberación del estrés oxidativo de las células. Así, el vino retrasa el envejecimiento, siendo una muy buena noticia para los paladares sibaritas. El gran protagonista de esta historia es el resveratrol, componente que inhibe las lipoproteínas de baja intensidad y mejora las plaquetas.
Previene infartos.
Bebido con absoluta moderación, de manera diaria, el vino ayuda a lograr una óptima sanidad del corazón. De este modo, el colesterol no se concentra en las arterias y se ahuyentan enfermedades cardiovasculares.
Desinflama
El vino actúa directamente sobre el colesterol malo y reduce el desarrollo de la arteriosclerosis.
Contra el cáncer
Estudios demostraron que los polifenoles combaten las células cancerosas del cuerpo, invalidando la proteína que favorece su multiplicación.
Versus el estado anémico
El vino le brinda al organismo oligoelementos necesarios para la reducción de la anemia en sangre. Litio, zinc, magnesio, potasio, calcio y hasta el hierro son algunos de los aportes del brebaje más consumido en el mundo.
Huesos firmes
El vino contiene calcio y, por ende, es un gran aliado contra la osteoporosis. Según diferentes estudios, el consumo moderado es recomendado en la lucha frente a la pérdida ósea.
Disminuye el colesterol
El vino hace que este tema que tanto nos preocupa no se concentre en las arterias. Evidencias científicas demostraron que aumenta los niveles de la proteína HDL, es decir, el colesterol bueno. Según informes variopintos, para reducir el colesterol es mejor el vino tinto que el blanco.
Menos hemorroides, menos várices
El vino favorece un óptimo flujo sanguíneo, evitando la formación de coágulos. Esto previene hemorroides y várices siempre incómodas.
Desestresados
Una o dos copas diarias son ideales contra el estrés. Los antioxidantes son la herramienta indicada para propiciar sensaciones de relajo.
Digestión perfecta
Los taninos presentes en el vino tinto incrementan la formación de saliva, fundamental para que los alimentos entren bien en el organismo.
Cerebro sano
El resveratrol previene la formación de placas cerebrales. Según estudios internacionales realizados en personas de avanzada edad, aquellos que toman una copa de vino, tienen mejores resultados en los testa mnemotécnicos. Aconsejable contra el Alzheimer y la demencia senil.
Evita problemas renales
Los componentes vínicos eliminan hasta un 85% las bacterias que afectan al tracto urinario, evitando la formación de infecciones.
Anti alergia
La quercetina, sustancia química presente en el vino, libera la histamina de las células, que provoca los síntomas alérgicos y de asma.