Esta nota bien podría titularse “Al rescate de los vinos de Entre Ríos” o “La hora de la recuperación de viñedos olvidados”. Lo cierto es que la provincia de Entre Ríos no solo es famosa por estar, literalmente, circundada por caudalosos ríos, por sus cuchillas ondulantes y sus tradiciones litoraleñas arraigas a flor de piel, entre el mate y el asado criollo.
La tierra que vio nacer a Justo José de Urquiza ha sido (y es) sinónimo de viticultura. Aunque, quizás, no sea la primera provincia que esté en el imaginario del consumidor enófilo, he aquí un terruño con vasta historia, entre vides y tanques de fermentación.
Para entender este fenómeno, que, luego, de manera injusta fue proscipto durante un prolongado período de seis décadas, debemos retrotraernos hacia fines de los años veinte. En 1928, en una Argentina que elegía por segunda vez como presidente a Hipólito Yrigoyen, Entre Ríos ocupaba el cuarto lugar en la elaboración de vinos.
Los números, contundentes, hablaban por sí solos: 2500 hectáreas de viñedos, 115 bodegas y una inconmensurable pasión por la cultura del vino entre sus habitantes. Las regiones que conformaban el epicentro o corazón de la vitivinicultura entrerriana eran Federación, Colonia San José y Concordia. Además, había emprendimientos en Paraná y Concepción del Uruguay.
A tono con el resto de las provincias, la tradición del vino llegó de la mano de los inmigrantes europeos. Hacia fines de 1850, se instalaron en la provincia colonos provenientes del Piamonte italiano y la Saboya francesa y la región del Valais, en Suiza.
Fuentes históricas de la época citan que Urquiza, en aquel entonces, atesoraba en el Palacio San José alrededor de 20 cepajes para experimentar. El viejo caudillo entrerriano cedió a aquellos primeros migrantes los sarmientos de Filadelfia, una variedad francesa adaptada en los Estados Unidos, que supo darse bien en estas latitudes. Posteriormente, se sumaron otras cepas que llegaron desde Europa, entre ellas, la Tannat, que se convirtió en la reina de la región del Río de la Plata.
De la prosperidad al ocaso
La historia del vino en Entre Ríos parecía un cuento de hadas. Había numerosos emprendimientos, los productores crecían e innovaban y todo iba encaminándose para consolidar la industria.
Sin embargo, a mediados de la década de 1930 ese panorama feliz se convirtió en sombrío. En ese momento, el consumo de vino había bajado de manera brusca, consecuencia de la baja de los precios, pero con una producción que, más o menos, se mantenía estable.
Un dato no menor es que las provincias de Cuyo que habían recibido importantes incentivos para el cultivo de la vid presentaban un excedente en las cosechas, registrado ya en los primeros años del Siglo XX. El Estado compraba este excedente, pues no había suficientes emprendimientos vínicos en la zona para procesar el total de la uva obtenida.
Por otra parte, las provincias cordilleranas, que tenían economía de monocultivo, presionaban con fuerza para restringir a sus territorios la plantación de uva para vinificación. La crisis, de manera consecuente, fue el golpe de knock out. La ley 12.137, sancionada en 1935, que promovió la creación de la Junta Reguladora del Vino, fue la solución que el Gobierno de Agustín P. Justo encontró a este complejo problema.
La norma apuntaba a la pronunciada reducción de la producción. ¿Los resultados? En 1936, la elaboración de vino había disminuido en 600 millones de litros. Ello fue muy doloroso para la viticultura entrerriana. Fue algo injusto y drástico, que caló hondo en los productores de la provincia litoraleña.
Un punto álgido, que simboliza el triste momento se dio cuando empleados municipales rompían alambiques y tonelería, en general, para que se elaborase más vino. Sin duda, se ha derramado, en vano, una enorme cantidad de líquido.
Esta decisión política y económica benefició con creces a Cuyo, alegando que Entre Ríos contaba con otras fuentes de producción. De este modo, la norma puso fin a la vitivinicultura en la provincia: todas las grandes bodegas cerraron sus puertas y la actividad quedó limitada a la elaboración de vino para consumo familiar.
El veto al cultivo de uva para vinificar duró en Entre Ríos hasta 1993. Propulsada por el senador Augusto Alasino, la ley 24.037 determinó la liberación territorial para la plantación de viñas. Allí, esa historia que parecía tener un triste final, enderezó su rumbo hacia un esperado renacer. Desde entonces, se permitió elaborar y comercializar vino en toda la Argentina.
BordeRío, símbolo del renacimiento vínico
Una de las bodegas pioneras, que hace tres décadas impulsó el renacimiento de las vides en Entre Ríos ha sido BordeRío. Ubicada en un terruño de ensueño, en la ciudad de Victoria, el emprendimiento luce viñedos, bodega y olivares.
Fundada por la pujanza de Verónica Irazoqui y Guillermo Tornatore, el proyecto nació y se desarrolló con el inmenso desafío de revalorizar una tradición vitivinícola olvidada.
Con una locación única y diferencial, la finca tiene 365 hectáreas, de las cuales 18 están destinadas a la plantación de vides de distintos varietales de uva tinta y blanca. Cuenta además con una superficie con 7.000 olivos y una bodega de 1.800 metros cuadrados con equipos de última generación.
BordeRío es el nacimiento de un sueño. Es la combinación de conocimientos, experiencias, pasión y energías, que juntos dan forma a un proyecto vitivinícola único.