Un homenaje al Día del Idioma con los diversos nombres del vino

Vino, Wine, Vinho, Vin, Wijn, Wino… ¡y la lista sigue! En el Día del Idioma, rendimos homenaje a la nomenclatura del líquido báquico que, según la latitud del mundo en que nos encontremos, se denomina de un modo particular.

Eso sí: todas las terminologías tienen en común la pasión por la bebida más noble de todas y sus infinitas virtudes, expresadas en cada brindis y choque de copas (beber siempre con responsabilidad y moderación).

Más allá del nombre específico que recibe este mítico brebaje en cada canto del planeta, es interesante descubrir los secretos etimológicos de la palabra. ¿De dónde viene “vino”? ¿Alguna vez se lo han preguntado? ¿Por qué se llama así? ¿En qué idioma encontramos el origen?

Lo primero que, sin duda, se nos viene a la mente es el latín. ¿O, acaso, queridos lectores, no pensamos en que la gran mayoría de las palabras en español procede de ese idioma? En efecto, vino viene de vinum, que significa jugo de uva fermentada. Hasta aquí, todo perfecto y fácil de dilucidar. 

Sin embargo, hay mucho más para indagar porque las tradiciones vitivinícolas han acompañado al ser humano desde tiempos remotos. La palabra vino aparece desde hace miles de años en casi todas las lenguas. Vaya dato, ¿no?

Si vamos estrictamente al origen etimológico, nos trasladamos imaginariamente a los albores de la viticultura y el descubrimiento del cultivo de la vid. Los restos arqueológicos documentados de elaboración de vinos antiguos datan de hace más de 8000 años, en la Era Neolítica.

Lo cierto es que la producción de vinos se originó en el Asia Menor (Turquía) y, por ello, la palabra procede de alguna de las lenguas de aquella región. Entre los idiomas semitas, destacamos el árabe y etíope «wain», el asirio «īnu» y el hebreo «yàyin» con una forma proto semítica «wainu».

Con el devenir de los años, la palabra vino (junto a todas las técnicas vínicas) viajó hacia el Mediterráneo Occidental. Allí, observamos la palabra en griego «οἶνος», en albanés «vēnë», en hebreo “yayin”, en georgiano “gvino” y en latín «vinum». Dato curioso: a partir de este último idioma llegó al castellano y se convirtió en nuestro término: vino.

En definitiva, estudiar el origen etimológico de esta palabra que ha sido mencionada hasta en La Biblia, nos ayuda a descubrir que se trata de un concepto único, con tintes mitológicos, que ha vivido y ha recorrido, sin prisa y sin pausa, todos los rincones de la Tierra desde los comienzos de la humanidad.

¿Conclusión? El vino, estimados lectores, es uno de los principales compañeros de ruta del ser humano. Por ello, la historia de las palabras nos ayuda a reflexionar y descubrir que “esconden” realidades que nos sacan muchísimos años en edad.

El vino, desde su concepción, nos hace formar parte de una historia, de una cultura que atraviesa generaciones, familias enteras. Desde BordeRío destacamos la importancia que esta bebida milenaria tiene para nuestra gente y sus más intrínsecas costumbres. ¡Salud!