Cuando comemos un rico asado, el asador se lleva (con justicia) todos los honores. Copa en mano, siempre pedimos un brindis con todas las loas. Sin embargo, no debemos olvidar la importancia de la materia prima. Si, en definitiva, la carne no es buena, difícilmente el mandamás de la parrilla pueda hacer malabares.
A la hora de disfrutar de un buen vino sucede lo mismo. Los enólogos reciben todos los elogios habidos y por haber (debemos reconocer la intensa labor de los ingenieros agrónomos), pero, también, es fundamental tener uva de alto vuelo, un suelo apto para la viticultura, un clima ideal para el desarrollo de la vid y condiciones de riego indicadas.
Detrás una botella de vino que abrimos con entusiasmo y es responsable de choques de copas memorables (siempre con moderación), hay un sinfín de cuestiones vinculadas a la geografía y los estudios geológicos.
Analicemos, entonces, los factores fundamentales que dan como resultado un vino excelso, que recordaremos por siempre.
El vino nace en el viñedo
Parece una frase hecha, pero no lo es. Estamos en presencia de la primera gran certeza de un buen vino. La tierra, el pago, el lugar lo es (casi) todo. Es el origen del vino que tomamos. El principio de un largo y sentido proceso de elaboración.
Si deseamos obtener vinos armónicos, de notable calidad, es mejor que la región donde se encuentra implantado el viñedo posea una buena amplitud térmica, con días cálidos y noches frescas. Así, la uva podrá desarrollarse de manera pausada, favoreciendo una delicada madurez.
Por supuesto, no solo la temperatura es sustancial. La luminosidad, a partir de la época de floración, favorece un buen desarrollo de la vid y los racimos. Los días diáfanos, con temperaturas templadas, sumadas a noches frescas, incrementan la formación de polifenoles, taninos, antocianas y la acumulación de azúcares.
En general, las vides se llevan mejor con climas secos, semidesérticos y suelos pobres en materia orgánica. Los climas húmedos, por su parte, favorecen el desarrollo de hongos e insectos, que hace necesario un estricto control de la mano de los especialistas en terruños.
A modo de síntesis, la ubicación geográfica, la riqueza de suelo, la disponibilidad de agua de riego, la variedad a producir, el rendimiento a obtener y el paisaje, son los factores que determinan la forma en que será implantado el viñedo: espalderos o parrales. He aquí, las claves que se traducirán, a posteriori, en un buen vino.
Factores de calidad, paso a paso
- El clima: Los viñedos cultivados en climas moderados producen uvas con un tenor de azúcar que oscila entre los 220 a 250 g/l. Esto confiere a los frutos una muy especial aptitud para la producción de los más finos vinos tranquilos y espumosos.
- El suelo: Preservado de enfermedades e insectos y adecuadamente cultivado, es un factor importante en el proceso de desarrollo del viñedo. Los suelos relativamente sueltos, de estructura areno-arcillosa y fondo pedregoso son ideales para la vid.
- La irrigación: Las cepas requieren entre 700 a 1.000 milímetros de agua anuales. Este es un dato muy valioso, pues el caudal acuífero es determinante. El déficit de agua es provisto por sistema de perforaciones que la extraen mecánicamente del subsuelo y por el agua proveniente de los deshielos de las altas cumbres.
- Los cepajes: El proceso de establecer un viñedo comienza con la adecuada selección de las variedades. En cada hectárea de viñedo son cultivadas entre 2.200 y 5.000 plantas, dependiendo del sistema de conducción (parral o espaldero). Al “entrar en producción”, al tercer año de su implantación, en el viñedo se hace necesario extremar los cuidados para contar con plantas vigorosas y sanas.
Las fronteras del vino argentino siguen desafiando altitudes y latitudes, en busca de la adaptación correcta del cepaje al terruño. Es una tendencia en pleno ascenso, que llegó para quedarse.
La mano del hombre. Al clima, el suelo, la irrigación y las uvas se les suma el factor humano. Es definitorio contar con la muñeca de un buen equipo agronómico y enológico para darle forma a cada uno de los factores mencionados, imprescindibles a la hora de obtener un buen vino.
Queda evidenciado que detrás de una botella bien vestida hay un gran trabajo detrás. Para que una etiqueta luzca en nuestras mesas, primero hay que realizar un arduo trabajo en la finca y la bodega, con sapiencia y mucho amor por un producto noble, que engalana momentos inolvidables en nuestras vidas.