Develamos curiosos vínculos báquicos que tuvieron grandes figuras de la humanidad.
Napoleón: estratega en las batallas, poco refinado en la mesa
Considerado el militar más sagaz de la historia, Napoleón Bonaparte supo dirimir un sinfín de contiendas, que le valieron loas eternas. Sin embargo, parece ser que no fue un experto en el tema de los vinos y las comidas.
Criado en Córcega, donde aún la mayoría de los vinos armoniza importantes banquetes, durante su formación en la academia militar y el ejército francés solía comer en lugares muy modestos. Claro, su salario distaba de ser suculento.
Según diferentes historiadores, Napoleón dijo alguna vez que “un ejército marcha sobre el estómago”. Aparentemente, Federico de Prusia avalaba este punto de vista. Sin embargo, ninguno de los dos obtuvo renombre como organizador de comidas memorables.
Más bien, todo lo contrario. El prestigioso chef de cocina Careme sostenía que Napoleón era muy ordinario a la hora de comer y comía agarrado al plato, inclinándose sobre él. Además, el militar galo más importante de todos los tiempos –según agregó el cocinero- tragaba la comida a mucha velocidad. Por ese motivo, sus invitados, con prudencia, cenaban antes de llegar a la casa del anfitrión.
Así y todo, según numerosas fuentes históricas, Napoleón apreciaba el vino tinto de Borgoña. Cuando emprendió la campaña hacia Egipto, su secretario observó que los vinos que habían llevado para los oficiales no habían sufrido alteraciones en el periplo por el Mediterráneo, y anotó que “varias cajas de ese Borgoña han cruzado el desierto dos veces a lomos de camello y algunas de las que trajimos con nosotros en nuestra vuelta de Fréjus (desde donde habían zarpado) están tan bien como cuando iniciamos el viaje”.
Esta admiración habría tenido un sustento todavía mayor. Cuentan en los libros que el emperador francés llevó renombrados vinos borgoñeses a la compleja expedición a Rusia. En 1812, el general de Coulaincourt redactó que los cosacos habían saqueado las provisiones que se habían enviado por anticipado, pero Napoleón llevaba sus Borgoñas y se tomaba Clos Vougeot y Chambertin “con normalidad”. Asimismo, Bonaparte pensaba que los vinos de Borgoña estimulaban la concepción de hijos varones
Por otra parte, el autor Demond Flower, en la revista Wine & Food, habría señalado que a Napoleón le gustaban las bebidas frías “y, normalmente, diluidas con agua”.
Un dato más. Cuando el militar falleció en 1821, se encontraron envíos de “vinos claretes, uvas, Champagnes y Madeiras” en su casa. Pero, lamentablemente, ninguno de los que acompañaron lealmente a Napoleón en su ocaso se interesaba por la cocina y los vinos.
Leonor de Aquitania y el vino clarete
Reina de Francia y, posteriormente, de Inglaterra, Leonor fue una de las damas más misteriosas de la Edad Media. Siempre laureada de encanto, allá por el año 1150 y monedas, los vinos de Burdeos se empezaban a diferenciar de los que arribaban de las “tierras altas”, oscuros y afrutados. Estos debían competir con los vinos bordeleses, que eran más claros. En aquel entonces, los mercados de exportación apreciaban estos vinos, que denominaron clarete.
Leonor, consumidora de estas etiquetas, propició el comercio vinícola entre franceses e ingleses, incluso cuando estos fueron expulsados de Burdeos y, según consta en los registros, hasta 1803, el estandarte real británico llevaba la flor de lis de Francia.
La austeridad de Wellington
Arthur Wellesley El famoso duque de Wellington era casi abstemio. Sin embargo, en su mesa siempre se sirvieron vinos de altísima gama. ¡Vaya paradoja!
Según el historiador Christopher Hibbert, Wellesley, una de las personalidades más notables de la historia europea del siglo XIX y prominente general británico, “escribía, sentado a su escritorio, hasta las nueve en punto, en que desayunaba una comida sobria y sencilla, como solían ser todas sus comidas y le importaba muy poco pasarse veinticuatro horas sin comer nada, excepto la corteza del pan y el huevo hervido que a veces se metía en el bolsillo cuando salía a cabalgar por la mañana”.
Se dijo, además, que comía rápido, “mezclando carne, arroz y verduras en el mismo plato”. Pero, los vinos que se servían en su mesa eran de primera calidad y él siempre decía: “Me preocupo por pagar siempre mis facturas”.
El duque bebía muy poco vino, pero sí tomaba una muy buena cantidad de agua helada (hasta dos licoreras llenas que le ponían al lado y que había vaciado antes de irse a la cama).
Las últimas palabras que pronunció fueron “Sí, por favor”, cuando le preguntaron si quería una taza de té. Sin embargo, no llegó a beberla.
El decreto de Domiciano
Emperador de Roma entre 81 y 96 d.C, Tito Flavio Domiciano fue uno de los hijos del gran emperador Vespasiano y hermano y sucesor de Tito. Fue el responsable de la fortificación del limes del Danubio y de las guerras contra los pueblos bárbaros del centro de Europa.
Decidido a detener la expansión del cultivo de la vid, decretó arrancar un sinfín de cepas en territorios del Imperio, lo que le valió mala reputación entre parte de la población.
Si bien su propósito era dar prioridad al cultivo de cereales, es dudoso que los campesinos obedecieran plenamente a aquella intención, pues la vid se siguió cultivando en diversas regiones. Finalmente, este decreto fue derogado por el emperador Probo.