Hoy te compartimos consejos prácticos e imprescindibles para una noche o almuerzo perfectos
De la suavidad a la intensidad
En una comida de pasos, maridada con diferentes vinos, el recorrido debe ser sutil, pausado y congruente. Primero, se servirán los más delicados, de menor intensidad y estructura. Luego, se ofrecerán los de cuerpo medio y, finalmente, lo más complejos.
Apreciar correctamente varios vinos en una comida, sin distorsión alguna, implica realizar un servicio acorde, bien pergeñado, siguiendo al pie de la letra las reglas lógicas del protocolo. Primero, los vinos suaves; luego, los de mediana estructura y, por último, los más robustos, de mayor tenor alcohólico.
De seco a dulce
Lo dulce empalaga rápidamente y sacia muy pronto nuestro apetito. Por ello, una torta de dulce de leche o un postre de chocolate, se sirven en el epílogo de la comida. Con los vinos, sucede lo mismo: si se bebiesen como aperitivo o en la entrada, no tendríamos más ganas de tomar. En conclusión, primero los secos y luego los dulces.
Acidez refrescante, envolvente, secante. Esas características de los vinos nos abrirán el apetito y nos darán ganas de comer. Por el contrario, el azúcar, la untuosidad, melosidad y sensación de dulzor, nos cortarán la necesidad de ingerir alimentos. Es clave servir primero los vinos con mayor sequedad y concluir con aquellos que tengan marcada sucrosidad.
El matrimonio perfecto
El matrimonio entre platos y vinos debe ser armonioso, equilibrado, cuidado. Ninguno tiene que tapar ni opacar al otro. Para lograr un acuerdo enjundioso, es preciso que el incremento de sabores en las elaboraciones gastronómicas tenga la misma intensidad que el aumento de la complejidad vinófila.
A cada plato le corresponderá una copa apropiada. Esa es la ley primera. Para que la combinación entre la comida y el vino sea sublime, debe haber una coincidencia plena entre las características organolépticas de ambos elementos. Ninguno puede ser más intenso o complejo que el otro.
La botella no gira
A la hora de servir un vino, nunca debe moverse la botella. Además de ser protocolarmente incorrecto, no es prolijo. Lo correcto es girar suavemente el sacacorchos profesional y, así, lograr un corte perfecto de la cápsula.
Cuando se está por abrir un vino, la botella permanece inmóvil, en el lugar. Lo más atinado es girar el sacacorchos, sin movimientos grandilocuentes ni exagerados.
Cómo sacar un corcho y no fallar en el intento
Es fundamental abrir con cuidado y dedicación una botella de vino con corcho. Hay que evitar que este se rompa en mil pedazos y caigan restos en el líquido, que se arruinará ante la presencia de este indeseado objeto sucio y de textura granulosa.
Si vas a descorchar un vino, armate el kit profesional para evitar que se rompa el corcho y algunas partes caigan involuntariamente en el líquido. Es esencial que tengas el Sacacorchos de dos tiempos para que la apertura sea pausada y armónica.
La botella, limpia y brillante
Una vez abierto el vino, pueden quedar pequeñas partículas de corcho en la boca de la botella, que es preciso eliminar. Para ello, es clave tener a mano el famoso cristal, servilleta de tela que eliminará cualquier tipo de objeto extraño, que perjudique la calidad del líquido.
Sí o sí, además del sacacorchos profesional, hay que servir el vino con la ayuda de una servilleta de tela o trapo bien limpio para sacar los restos de corcho que queden en la boca de la botella, una vez abierta.
La copa auxiliar
Una vez abierta la botella, el sommelier o responsable del servicio debe tener una copa de degustación exclusiva para servir un poco del vino que tomará el comensal. De este modo, sacará con precisión los pequeños restos e impurezas que pudieran quedar entre la boca y el cuello de la botella. Se recomienda para los grandes vinos de guarda, que presentan sedimentos.
El vino debe respirar
Una vez abierta la botella, es esencial que el vino se airee para dar lo mejor de sí y se exprese con magnificencia. Si se descorchó una etiqueta evolucionada, es ideal dejarlo respirar una hora antes o decantarlo. Si, en cambio, se abrió un producto joven, frutado y sin crianza en madera, como media hora de reposo alcanza.
La temperatura ideal de blancos y espumosos
Frescos. Bien frescos. Entre 8 y 10 grados. Así, a temperaturas bajas, deben servirse los vinos blancos jóvenes, sin madera, y espumantes para disfrutarlos como corresponde. Los blancos con cuerpo, apenitas uno o dos grados más arriba.
Rosas de primavera
Versátiles, frescos y muy frutados, los vinos rosados se adaptan a cualquier situación. Por eso, su consumo a nivel mundial va increscendo día a día. Para apreciarlos de la mejor manera posible, se deben servir entre 8 y 10 grados. A tomarlos sin prejuicios.
La temperatura de los tintos
Beber un tinto fuera de temperatura suele ser una de las experiencias sensoriales más desagradables. Por ello, es fundamental tomarlos en su rango indicado. Los más jóvenes, sin crianza en roble, oscilarán entre los 14 y 16 grados. En cambio, los de guarda, más complejos y estructurados, se degustarán entre 16 y 18 grados.
Cómo estropear un vino en un minuto
Estropear un vino es santo pecado. Por ende, si probamos una botella que no está en su temperatura ideal, te recomiendo que la cambies. Enfriarla bruscamente sería un error garrafal, pues perdería sus características esenciales. Nunca, pero nunca lo metas en el congelador ni lo enfríes con cubitos de hielo.
Cambio de vino, cambio de copa
Si nadie se baña dos veces sobre el mismo río, nadie toma dos vinos en una misma copa. Si se cambia la etiqueta, se cambiará indefectiblemente la copa. Mezclar sabores perjudicaría notablemente nuestra correcta percepción sensorial.
La comida del espumante
Una comida puede bancarse tranquilamente un espumante, de punta a punta. En este caso, el plato deber pensarse en función del vino burbujeante, que tiene más complejidad que un vino tranquilo a la hora de encontrar el maridaje soñado.