En la Argentina, el ritual de abrir una botella de vino que viene con corcho no se negocia. Si bien hay otros cierres, muy atinados según el estilo de la etiqueta, como la tapa a rosca o el tapón de vidrio, para el consumidor local el corcho tiene un magnetismo incomparable. Por su elegancia, por su tradición centenaria, por costumbres arraigadas y por el puro placer de escuchar el sonido de la apertura, acompañando una comida en familia o con amigos wine lovers.
Lo cierto es que, más allá de gustos o preferencias, los corchos cumplen históricamente una función determinante en la calidad y conservación de los vinos. Inciden en la guarda, en la óptima evolución y en sus características organolépticas, aportando beneficios apreciados por todos los paladares sibaritas.
Además de propiciar una evolución correcta en el tiempo, evita la entrada de aire y de bacterias que pueden perjudicar el líquido. El corcho impide, además, que haya exceso de oxígeno en la botella, lo que oxidaría o “avigranaría” el vino.
De todos modos, los corchos contienen micro poros que permiten, de manera muy sutil y regulada, el ingreso de cantidades mínimas de oxígeno, siendo algo positivo para líquidos báquicos con buen potencial de guarda.
Entonces, si bien hoy se diversifican los tipos de cierre para el vino, el corcho sigue siendo el cierre más valioso. Es la gran estrella. Sus infinitas propiedades y virtudes lo convierten en el material ideal para la función de cierre. Es ligero, impermeable a líquidos y gases, elástico, brinda aislamiento térmico, es renovable, biodegradable y, también, ignífugo.
¿De dónde viene el corcho?
Es una pregunta que aún hoy sigue entre las más vigentes del mundo vinófilo. Proviene de la corteza del alcornoque. Es un tapón natural que puede mantener vivos vinos durante años o, incluso, décadas. Ello, en general, no ocurre con los cierres sintéticos.
Pero, no todo es perfecto en la vida del corcho natural. Puede dejar al vino con un ingrato “sabor a corcho”, más conocido como TCA o Tricloroanisol. Se trata de una molécula que contamina los vinos y provoca, consecuentemente, un defecto conocido como “enfermedad del corcho”.
Ese es, lamentablemente, el único e importante defecto, que perjudica a un 4% de los vinos a nivel internacional. Sin duda, el corcho natural es el de mayor calidad, siendo el más poroso y que, como hemos visto, favorece la evolución más atinada en los vinos en botella. A pesar de ello, es fundamental tomar nota de este inconveniente.
Por esa razón, se buscan otras opciones de cierre. El corcho colmatado es una alternativa muy correcta y que ha dado excelentes resultados. Se rellenan los poros del corcho con polvo del propio corcho pegado con cola de resina y látex. En general, estos tipos de corcho tapan vino jóvenes o mediana evolución, pues tienen menor durabilidad que los corchos naturales.
Por otra parte, está el corcho aglomerado. Formado por pequeños fragmentos o granulados de corchos devenidos de la fabricación del corcho natural, unidos con aglutinantes, son más económicos que los dos tipos mencionados con anterioridad.
Por último, el corcho 1 + 1 se destaca por tener un cuerpo formado por corcho aglomerado y, en sus dos extremos, presenta discos de corcho natural. Es una opción muy resistente y con comprobada capacidad de aislamiento.
Mención aparte merece el corcho para los vinos espumosos. Amantes de las burbujas, sepan que se diseña de un modo diferente, afín de soportar la intensa presión del anhídrido carbónico.
Dato importante: sea cual fuere el corcho, a la hora de guardar una botella de vino en la cava, debe estar en posición horizontal (fundamentalmente, aquellos líquidos pensados para una prolongada guarda). El corcho debe estar en contacto con el vino, para que se mantenga humedecido y no se seque. Si llegase a secarse, puede romperse y dejaría de cumplir su función.
Además, tenemos que evitar que se agriete o esté manchado con líquido en los laterales. De ser así, se ha filtrado aire y, seguramente, el vino no esté en las mejores condiciones.
En síntesis, el vino mejora su calidad con el paso del tiempo, siempre y cuando esté conservado de la manera más adecuada. Aquí, el corcho cumple una función determinante. Para que el vino envejezca de la mejor manera, necesita oxígeno y los tapones de corcho pueden brindárselo de un modo muy sutil, al mismo tiempo que mantienen intacto el contenido de la botella, evitando la entrada de moho o bacterias.
El corcho permite la entrada de oxígeno gracias a su porosidad e impermeabilidad, si bien necesita mantenerse hidratado para conservarse como corresponde. Por ello, hacemos hincapié en el almacenamiento de botellas de forma horizontal.
Por último, el corcho tiene la capacidad de adaptarse a fuertes condiciones climáticas externas. Su elasticidad lo hace indispensable en la microoxigenación del vino (propicia una evolución lenta y progresiva) y protege, en definitiva, la botella de un exceso de humedad.