Vinos Tintos, Blancos y Rosados, destacando sus diferencias y características.
El mundo del vino en la Argentina no solo está en auge, sino que vive un proceso de continuo autodescubrimiento. Las fronteras de expanden, de par en par, con terruños que no solo acarician la Cordillera de los Andes, sino que, también, abrazan el Litoral, la campiña bonaerense, las sierras centrales, la Patagonia más extrema y hasta las exigentes quebradas norteñas.
Nuestro país nos propone, así, un crisol infinito de vinos blancos, rosados, tintos y espumosos. Los consumidores van en busca de conocer los diferentes estilos, afín de adentrarse en los variopintos líquidos, con propiedades y sabores únicos, fruto de la combinación perfecta de terruños con sellos especiales, winemakers innovadores y elaboraciones específicas.
Entre tanta tendencia, novedad y proliferación de etiquetas de todo tipo y color, en esta nota paramos la pelota y describimos en modo simple, directo y “al hueso”, una guía práctica de vinos blancos, rosados y tintos, resaltando las principales características y diferencias esenciales. ¿Se animan a adentrarse en el tema?
País de tintos. Sin duda, los argentinos somos “tinteros”. Más allá de cualquier maridaje, circunstancia o situación, la preferencia de los paladares locales va hacia los caldos violáceos y rubíes.
En primer lugar, es fundamental explicar los vinos tintos que encontramos en góndolas se elaboran con uvas tinas, que tienen el jugo incoloro. ¿Dónde está el color? En el hollejo (la piel). El proceso de transferencia de color se conoce como maceración y se da al mismo tiempo que la fermentación (transformación de azúcares en alcohol por acción de las levaduras).
La maceración es un proceso que consiste en sumergir las pieles en el mosto (jugo) para que afloren todos los componentes: antocianos (responsables de darle el color al vino), taninos (antioxidantes) y aromas primarios (propios de la variedad).
Por sus características organolépticas de concentración, estructura y cuerpo, suelen acompañar comidas con mayor estructura. Por supuesto, encontraremos vinos tintos más intensos y, en el polo opuesto, más ligeros. La temperatura de servicio, dependiendo el estilo del vino, irá de 14° a 16° o de 16° a 18°.
Blancos refrescantes. A la hora de hablar de vinos blancos, debemos comprender que se fermenta el mosto sin las pieles. Ello se conoce como prensado directo y aquí radica la diferencia principal entre vinos blancos y tintos, que, como hemos visto, fermentan con las partes sólidas.
En un vino blanco, se busca frescura, frutosidad, agilidad en paladar. Por ello, no tiene contacto con los hollejos (a excepción de los vinos naranjos), afín de evitar presencia tánica, que genere sensación de astringencia y rugosidad en paladar. De este modo, los blancos tienen menor cantidad de componentes fenólicos que los tintos.
Bebidos a un rango de temperatura entre 8° y 10°, los blancos presentan mayor acidez, frescura y menos estructura y concentración. Son más livianos (en general), siendo un must en la temporada primavera/verano.
Rosado, el eterno comodín. Camaleónicos, refrescantes, con cierta presencia tánica, pero con la frescura de un vino blanco, el vino rosado es un auténtico as bajo la manga en cualquier mesa.
Elaborados con uvas tintas (el color rosé se debe a la maceración explicada en las líneas anteriores), el mosto queda con un color muy tenue, pues el contacto entre piel y líquido es muy corto. Dura apenas un puñado de horas para que no se convierta en un vino tinto propiamente dicho.
Esta acción se conoce con el nombre de maceración corta o atenuada. En nuestro país, la tendencia es obtener un color cada vez menos perceptible, a diferencia de lo que sucedía hace dos décadas, cuando los rosés se confundían con los tintos.
En cuanto a sus características, aconsejamos beberlos entre 8° y 10°, gracias a su frescura y propiedades similares a los vinos blancos. Si bien el corto contacto con las pieles le da algo de tanicidad, las notas de cata son símiles a los blancos.
Dato interesante: los vinos rosados dejaron de consumirse solo en verano, para estar de moda durante todo el año. Mérito enorme de nuestros enólogos, que apostaron un pleno a este estilo de vino siempre versátil.