Descubrí la historia de los vinos de Entre Ríos

Hoy, los paladares vinófilos argentinos se sorprenden gratamente con los vinos entrerrianos. “Son nuevos”, “se incorpora una nueva región vitivinícola” y “vamos a descubrir estos viñedos”, son solo algunas de las frases recurrentes. Sin embargo, la historia de la viticultura de Entre Ríos data de hace muy largo tiempo.

Sí, querido lector, aunque usted no lo crea. Y, si le sumamos un condimento extra y hasta con tintes dramáticos, esta historia ha sido, literalmente, muy injusta. ¡Lo bueno es que el final ha sido feliz!

Los inicios

La segunda mitad del siglo XIX en nuestro país se caracterizó por las fuertes oleadas migratorias desde el Viejo Continente. De España, Italia, Francia, Suiza, Polonia y otros países europeos, miles de almas ilusionadas con una nueva vida, desembarcaban en estas lejanas latitudes.

Aquellos inmigrantes que venían a “hacerse la América” llegaron con sus usos, costumbres y tradiciones. Entre ellas, el cultivo de la vid, algo milenario y que se remonta a la época de griegos y romanos. Así, muchos de los que se asentaron en el Litoral, específicamente en Entre Ríos, decidieron hacer vino en homenaje a sus tierras natales.

Según registros históricos, los primeros viñedos se plantaron en Colonia San José y Concordia en la década de 1860. Luego, la vid se expandió a Victoria y Federación en 1870. A partir de 1880, el gobierno provincial implementó medidas de estímulo a la producción, pues los resultados obtenidos eran óptimos. De este modo, el éxito del plan se vio reflejado en el incremento del área cultivada con un total de 2.509 hectáreas empadronadas en el Segundo Censo Nacional de 1895.

Un gran dato a tener en cuenta es que, en el orden nacional, la producción vitivinícola entrerriana ocupó el 4º lugar en el Censo Nacional de Viñas de 1907 con una extensión de más de 4.000 hectáreas. Algo memorable, en una época muy pujante.

Por aquel entonces, sobresalía el vino blanco de la ciudad de Victoria. El reconocido “Blanco Victoria” de los señores Vela y Martino tuvo muy buena aceptación en toda provincia y hasta en la opulenta Buenos Aires.

Ya en el epílogo del siglo XIX, más precisamente en 1887, los vinos victorienses fueron distinguidos en la primera exposición de Paraná, galardonando el departamento con la denominación de “La Champagne Entrerriana”.

Una enorme injusticia

Todo iba viento en popa y de maravillas en estos cantos, hasta que una mezcla de tristeza y profunda indignación se hizo presente en los productores de Entre Ríos. En el año 1934, la Ley Nacional Nº 12.137 dispuso la creación de la Junta Reguladora de Vinos, con el objetivo de desalentar la actividad en las tierras del litoral, afín de fomentar a la región de Cuyo como única productora de vinos. Según fuentes directas, el lobby de los viñateros de las provincias cordilleranas inclinó la balanza, sin mediación alguna.

El gobierno del entonces presidente Agustín P. Justo acabó, de manera fulminante, con más de 30 emprendimientos, cultivos y bodegas, que proliferaban sobre las costas de los ríos, al impedir, a través de la ley, la comercialización del vino.

Comenzó, entonces, un período oscuro y de mucho dolor en la viticultura entrerriana. Entre 1935 y 1943, decenas de inspectores perforaron toneles de vinos, destruyeron alambiques y arrancaron vides de la tierra. Una imagen nefasta, que jamás imaginaron vivir aquellos entusiastas bodegueros.

Sin embargo, a pesar del sufrimiento, habría luz en el camino. Dicen que la vida siempre da una segunda oportunidad y, como la vid, florecieron las esperanzas. Por supuesto, deberían pasar unos cuántos años para que se acabara la malaria y la película de suspenso se convirtiese en una romántica.

Tiempos de cambio

Recién en la década de los 90, una nueva legislación reguló y redefinió la actividad, permitiendo que algunos soñadores entrerrianos empezaran a pensar en recorrer una vez más el camino de sus ancestros europeos.

Entre esos soñadores estuvimos nosotros. Con toda la pasión a cuestas, en 2015 fundamos BordeRío Bodega & Viñedos, una finca con maravillosos viñedos y olivares en Victoria. ¿El desafío? Revalorizar la tradición vitivinícola olvidada.

Además de BordeRío, la buena nueva es que en la actualidad hay 40 emprendedores en diferentes terruños del territorio provincial dedicados a la viticultura. Todo un símbolo de la recuperación de una historia llena de vaivenes, entre alegrías y frustraciones, que hoy vuelve a escribir páginas plenas de gloria.

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