Las copas de vino y su importancia: ¿influye la forma y el tamaño en la experiencia de degustación?

¿Las copas son importantes a la hora de disfrutar un vino? ¡Claro que sí! Son fundamentales. El tamaño y el diseño son determinantes a la hora de apreciar las características organolépticas de líquido báquico.

Vayamos directo “al hueso”: el sabor del vino varía según el tipo de copa que utilicemos. No solo influye el material con que esté elaborada, sino, también la forma. Ello ha sido comprobado en diferentes catas comparativas.

Las diferentes copas resaltan los infinitos atributos de los vinos. Por ejemplo, las copas flautas empleadas para Champagne permiten que la efervescencia permanezca por más tiempo y que el aroma se concentre con mayor intensidad. Por otra parte, las de Sauvignon Blanc o Riesling conducen el vino hacia la punta de la lengua, donde detectamos los dulces, para equilibrar la acidez marcada de esos vinos.

En relación a la estructura de la copa, distinguimos tres partes: la copa en sí (cáliz), el tallo, la pierna y la base o pie. Cada uno de ellos cumple una función determinada.

Definimos de manera contundente que la forma del cáliz influye en la retención de los aromas. Así, encontramos una copa para cada tipo de vino, donde esa forma particular nos permite realzar los aromas y sabores de cada variedad o región específica.

Asimismo, el pie es importante para que los dedos no toquen el cáliz y lo ensucien (quedan las huellas digitales) o calienten el vino. Las copas deben ser transparentes y lisas sin facetar, con el objetivo de permitir una visión nítida del contenido.

Toda buena copa tiene que ser, sí o sí, transparente, favoreciendo la observación de la limpidez, el color, su matiz, sus reflejos, brillo y las lágrimas (viscosidad o fluidez).

Volviendo al cáliz, los hay de todas formas y tamaños, que dependerán de los vinos que contendrá, más allá de las modas o tendencias que el fabricante de copas tratará de instalar en el mercado. En las copas modernas, el mayor diámetro del cuenco, denominado “Ecuador” no es coincidente con la boca del cáliz y, generalmente, ubicado por debajo de la mitad de su altura.

Las copas se llenarán por debajo de aquel diámetro, facilitando su manejo y concentrando en la boca del cáliz los aromas del vino.

Formas infinitas

Las formas de las copas son muy variopintas. Su funcionalidad debe estar pensada en función de dirigir el flujo de vino a una determinada posición de la lengua y determinar la extensión del “frente de ataque”.

Un tema importante a tener en cuenta es que la copa debe poseer un espesor de cristal lo más delgado posible, pues permitirá dirigir el flujo de vino. Tratemos de evitar las copas de “borde volcado” (ensanchamiento producido para dar resistencia a las copas de uso rústico) pues derramarán el vino sobre la lengua.

Es esencial, por otra parte, en la unión cáliz-tallo, que el grosor de cristal del primero no sea excesivo. Esto dará un peso extra a la copa y perjudicará su equilibrio. Debemos tomar siempre la copa por el tallo y este tiene que ser imperiosamente cómodo al tamaño de la mano y al tacto.

Por último, la base de la copa tiene que darnos el balance perfecto. Chequeen que esta base pese algo más que el cáliz. Esto permitirá que, cuando la copa contenga la cantidad de vino correcta, esté en equilibrio y permitirá una manipulación cómoda.

Copas, siempre copas

A modo de síntesis, concluimos que el degustar un vino o agasajar a alguien con él tiene un componente psicológico que no hay que desdeñar: los detalles hacen que este aco sea placentero y memorable.

Hay personas que pueden tomar un vino de alta gama en simples vasos de vajilla diaria frecuentemente coloreados. Esos vasos son prácticos para niños, beber agua o gaseosas. No han sido diseñados para albergar un gran Cabernet Sauvignon o un enjundioso Chardonnay.

Un vino nos entregará toda su personalidad si lo tomamos en una copa adecuada y con temperatura correcta.

Como dijimos anteriormente, es ideal presentar el vino en copa de cristal liso y fino, sin tallar, incolora y, si es posible, sin incisiones ni otras decoraciones. Así, matices y reflejos de un gran vino serán visibles cuando la copa se incline.

El cuerpo de la copa debe estar separado de su pie plano por una fina columna de vidrio o cristal, lo que nos permite sostenerla sin calentar el vino y facilita la rotación.

La copa debe llenarse únicamente hasta poco más de un tercio de su capacidad (encima del líquido se establece una cámara de aire en la que se concentran los aromas). No debemos pasar nunca la Línea del Ecuador.

¡Salud y hasta la semana que viene!

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