¿Qué son los vinos “pileteros”?

Hace calor y nuestro cuerpo lo sabe. El sol pega fuerte (¡a ponerse protector solar!), las temperaturas oscilan los 30 grados y los chapuzones en la pileta están a la orden del día.

Para hacerle frente al sofocón, en esta época los paladares vinófilos optan cada vez más por descorchar vinos “pileteros”. ¿De qué se trata? ¿Por qué, en la jerga, se los catalogan así?

El término hace referencia a vinos frescos, fáciles de beber, ideales para disfrutar en los agobiantes días estivales. Pican en punta blancos ligeros, tintos sin contacto con madera y bajos en alcohol, rosados siempre versátiles, naranjos innovadores y espumosos con sutiles burbujas.

Son vinos frutados, expresivos en nariz y boca, en los que la tipicidad varietal está muy presente. Han sido craneados para beber solos, como aperitivo, o elaboraciones simples, típicas del verano en estas latitudes.

La graduación alcohólica moderada es una de las tendencias que viene creciendo en el mercado local y ello se percibe en este estilo de vinos, que combaten el calor que emana el cemento de los edificios, el asfalto de la urbe y medios de transporte repletos de gente.

A modo de ABC infalible, desde BordeRío les recomendamos opciones infalibles, frappera en mano para que no se calienten los líquidos báquicos, ni se mimeticen con el ardor que indica el termómetro.  

  • Sauvignon Blanc. La cepa perfecta para apaciguar las altas temperaturas. Exponentes refrescantes, súper aromáticos, filosos (de envolvente acidez) y algo de “aguja”, son una gran opción al pie de la piscina o con los pies en el mar. Va muy bien solo, con frutos de mar o bruschettas de estación.
  • Torrontés. No fallan. Su frescura y presencia aromática lo hacen ideales para ir en sintonía con un bello atardecer de enero. Un ejemplar con características bien marcadas, amplios y voluminosos en paladar, dará un toque distintivo y exótico en tiempos en los que impera el cielo diáfano. Va muy bien con nachos con guacamole, ceviche y tapeos variopintos con picante.
  • Chardonnay. Nos inclinaremos por un exponente moderno, en el que el winemaker logra un balance atinado entre la típica textura untuosa de la variedad, con buena frescura, que nos invite a tomar una segunda copa. Aquí podemos pensar en un tándem de ensaladas frescas con lonjas de salmón y queso Brie, salchichas de copetín con mostaza (son un must veraniego) y tostadas con queso crema y algún fruto seco como detalle diferencial.
  • Rosados al Estilo Provence. Comodín. Camaleón. Versátil. A los rosés, los podemos calificar de mil maneras. Lo cierto es que, elaborados símil la región francesa más prestigiosa en este estilo de vinos, con baja coloración y vibrante acidez, va de maravillas solo, con picadas, empanadas livianas (caprese, humita), pinchos de pollo y los clásicos sándwiches de miga de jamón y queso.
  • Tintos de verano. Están muy de moda los Malbecs fresquísimos, con la expresión de la fruta presente de pé a pá. Los naturales son una tendencia que crece a pasos agigantados. También están en boca de los paladares exigentes la Criolla, cepaje sutil, delicado y “peligrosamente” fácil de tomar. Por supuesto, Pinot Noir siempre se hace firme en estos tiempos y los Cabernets más domados, sin esa astringencia incómoda, despiertan gran interés.

¿Con qué maridamos estos tintos estivales? Tabla de quesos y fiambres, tapeo de carnes blancas, tarteletas y hasta pizzas estilo napoletana.

Las opciones para bajar la sensación térmica de la movida del verano se multiplican por doquier. Es cuestión de probar (siempre con moderación y consumo responsable) y hacer el mejor maridaje para amenizar el calor, que se hará presente durante toda la temporada. ¡Salud!

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