¿Cuántas veces hemos escuchado la frase “Hay que pasar el invierno”? Seguramente, muchas, incontables. El 21 de junio marca el inicio de la temporada más dura en cuanto a temperaturas y, para apaciguar las heladas típicas de esta época del año, recurrimos a salamandras, caloventores, estufas y leña para calentar el hogar.
En materia gastronómica, las ensaladas y las elaboraciones livianas dan paso a las preparaciones más calóricas, como guisados, locros, pucheros, sopas de todo tipo y color, carnes grasas y pastas rellenas. ¿Qué pasa con el vino?
A fin de acompañar esas preparaciones con carácter y presencia bien definida, necesitaremos una buena copa de vino tinto, con cuerpo, robusto, estructurado, con firme presencia tánica y un atinado paso por barricas de roble.
En un consumo siempre moderado, a la hora del descorche, pensamos en un exponente potente, ideal para maridar comidas invernales. De lado quedan (momentáneamente) los blancos y los rosados. Por supuesto, estos productos se beben todo el año con combinaciones gastronómicas ideales, pero en el imaginario invernal, los tintos con cuerpo, robustez y mayor tenor alcohólico, siempre con refrescante acidez, copan la parada más fría de todas.
¿Qué varietal elegir?
Cuando pensamos en vinos para el invierno, automáticamente se nos vienen a la mente Cabernet Sauvignon, Cabernet Franc, Syrah o Tannat. He aquí, cepajes con estirpe, buena carga tánica, con marcada intensidad aromática y palatina, que, incluso, si reposan un buen tiempo en barricas, adquirirán mayor complejidad y potencial de guarda.
En general, los vinos que se entienden bien con el invierno son profundos, carnosos, estructurados y con larga presencia en boca. No son ligeros ni pasan desapercibidos. Todo lo contrario. Un sorbo permanece durante unos largos minutos, dejándonos sensaciones muy agradables en el retrogusto.
En relación a este tipo de exponentes, también nos imaginamos la siempre potente y especiada Petit Verdot o la súper frutada Bonarda, un clásico en las adversas jornadas con temperaturas de un solo dígito. El Malbec, desde ya, versátil y emblema de nuestra viticultura, es un fiel compañero en cualquier época del año. En invierno, un buen exponente con crianza en roble será una de las opciones más valederas para mermar el frío.
Otra gran alternativa es indagar en el mundo de los blends. El clásico Malbec/Cabernet Sauvignon pica en punta, pero otras combinaciones, que incluyan otros cepajes del estilo del Merlot o Pinot Noir, irán de maravillas con los platos invernales. Estamos viviendo un renacer de los vinos de corte y los paladares sibaritas están ávidos por descubrirlos.
Varietales o blends, lo importante es jugar con las posibilidades que actualmente nos brinda el emergente mercado nacional.
Los vinos blancos tienen su lugar
Si son amantes de los vinos blancos, nuestra recomendación es inclinarse por un voluminoso Chardonnay, fermentado o criado en barricas, súper envolvente y que pueda acompañar desde pescados grasos a pollos grillados y hasta carnes rojas sutiles.
Una muy noble variedad que soporta bien la barrica y se asemeja a la anterior es Semillón. Recuperamos este noble cepaje, que vuelve a estar en el tapete de la mano de consagrados enólogos y nuevas generaciones de winemaker que lo recuperaron de su olvido.
He aquí nuestro ABC de vinos invernales. Una mini selección de aquellos exponentes que son ideales para combinar con comidas intensas y contundentes, que nos permitan enfrentar de mejor manera el marcado descenso de las temperaturas. ¡Hasta la próxima semana!